Según el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), el paro sigue
encabezando la lista de preocupaciones que en la actualidad tenemos los
españoles, esto es una evidencia si tenemos en cuenta que nuestra tasa de paro
se encuentra en el 24%, es decir 5,5 millones de personas en situación
de desempleo. Me gusta resaltar esta palabra, personas, porque en
realidad creo que a veces leemos los datos y nos olvidamos que en realidad no
se trata sólo de números.
Esta situación afecta a todos, jóvenes y menos jóvenes, pero sin duda es el
desempleo juvenil el que dispara nuevamente los datos, con una tasa de
paro de hasta el 50%. Es decir, la mitad de los jóvenes de hasta 24 años están
desocupados y ya se les ha encasillado como “la generación perdida”, aunque paradójicamente
sean también “la generación mejor preparada de la historia”; porque eso sí,
aunque no sepamos cómo abordar una situación siempre sabemos cómo etiquetarla.
¿Cómo es posible tal paradoja? Si como apunta Carles Feixa tenemos un “nuevo
lumpemproletariado de jóvenes hiperformados e hiperinformados”, ¿qué ocurre
para que no tengan acceso al mundo laboral o lo tengan en menor medida que el
resto de la población activa?
¿La falta de experiencia?
Además de la situación económica actual, la falta de experiencia laboral
es el principal hándicap con el que tropiezan nuestros jóvenes en su búsqueda
de empleo. Una experiencia que quizás esté hipervalorada, cuando se sitúa
por encima de otros aspectos tales como la creatividad, la iniciativa, la motivación,
la comunicación, el trabajo en equipo, etc. Es decir, cada persona además de la
formación y de la experiencia profesional, posee unas capacidades y habilidades
determinadas que son un potencial a tener en cuenta.
Nos enfrentamos a un problema que lejos de afectar sólo a la generación que
lo sufre, es un problema que nos concierne a todos porque afecta al desarrollo
de nuestro país. Por tanto, corresponde a todos y sobre todo a las
Administraciones Públicas desarrollar algún método que ataje este círculo
vicioso en el que están inmersos nuestros jóvenes: como no trabajan, no
tienen experiencia, como no tienen experiencia no acceden al mundo laboral.
Más allá de hablar de becas o contratos en prácticas y/o de formación que
la mayoría de las veces simplemente son un velo con el que cubrir la
precariedad laboral, tenemos que abrir otras puertas de acceso que están
blindadas con esa hipervalorada experiencia laboral.
Pongamos un ejemplo práctico: el acceso a puestos de trabajo de personal
laboral en Administraciones Públicas en el que la experiencia profesional se
valora con la máxima puntuación. Puntuación que va en aumento si has trabajado
en alguna Entidad Local o en la Administración Pública. Por supuesto que la
igualdad es un principio que debe regir en todo el desarrollo del proceso
selectivo, pero atendiendo a las circunstancias actuales ¿no sería también
viable establecer políticas de discriminación positiva?, ¿por qué no
reservar un porcentaje de las plazas que se ofertan como personal laboral a
jóvenes que no tienen experiencia profesional?, ¿por qué no dejar que adquieran
esa experiencia bajo la tutela de las Administraciones Públicas?, ¿por qué no
romper ese círculo vicioso en el que están inmersos?
En definitiva, por qué no darles una oportunidad a esos jóvenes hiperformados
que conforman la generación mejor preparada de la historia pero que
lamentablemente no han tenido la oportunidad de demostrar su potencial porque
el acceso al mundo laboral les está vetado por su inexperiencia.
Cada día que pasa sin que desarrollemos programas que dinamicen a estos
colectivos de jóvenes y que den una oportunidad a aquellos que no se han
incorporado al mercado laboral, es un día que suma cientos y miles de
oportunidades perdidas; no sólo para esa generación perdida sino para
el conjunto de la sociedad que pierde cientos y miles de activos, cientos y
miles de posibilidades de desarrollo, cientos y miles de personas que tienen
mucho que aportar.